Bukele y su clan se han convertido en “la nueva familia terrateniente de El Salvador”, ubicándose actualmente en el top de los productores de café del pequeño país centroamericano. En los cinco años de gobierno, la casta de Bukele multiplicó por 12 la extensión de las tierras de las cuales es propietaria a través de una red de empresas de fachada que antes registraban poca o ninguna actividad. En el mismo período, las adquisiciones de nuevos inmuebles por el cogollo Bukele ascienden a más de 9 millones de dólares. Entre los “compradores” figuran la esposa del presidente, su madre y sus tres hermanos, que obviamente actúan por cuenta del jefe de la tribu.

No hay fiscalización posible sobre la prosperidad de Bukele, pues su dominio sobre el conjunto del Estado no tiene ni admite control. Tanto así que, en buena cuenta, el patrimonio en crecimiento acelerado de Bukele es todo un secreto de Estado refrendado por el máximo organismo de justicia salvadoreño. Uno no puede menos que suponer que aquellos magistrados también reciben su parte en los negocios prósperos del dictador, pues tal es la regla en este tipo de regímenes. El mismo patrón del fujimorismo.