"Esta derecha nueva de color celeste ha descubierto que puede conseguir votantes humillándolos primero" Juan Manuel Robles
Puerca autoestima
En el puerto de Stockton, California, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, acompañado del teniente alcalde Renzo Reggiardo, inspeccionó la maquinaria dizque “donada”.
Casi diría que extraño la arrogancia alucinada de la derecha de antes. ¿Se acuerdan? Ellos eran los que venían a decirnos, con tremendo paternalismo y tonito condescendiente, que debíamos aspirar más alto, no conformarnos con poco, creer que el país estaba para cosas grandes y no para migajas. Ellos eran los que nos decían que no había límite posible y proyectaban videos futuristas de las ciudades grandes de los tigres asiáticos (que hacía poco nomás eran como… el Perú). Y de toda esa jerga repetida en aulas universitarias y centros de convenciones de hoteles resaltaba una palabra: obsoleto. ¡Muerte a lo obsoleto! Que cierren las fábricas obsoletas como castigo final al pecado de no modernizarse, no invertir, no innovar, no mirar cómo cambia el mundo. Tal es la maravilla del mercado en estado puro: su selección natural se llevará a las tiendas obsoletas, a los autos obsoletos, a la gente con ideas obsoletas, trasnochadas, la gente que no sueña alto.
Toda esa cháchara a mí siempre me dio tirria, por supuesto, pero hay que reconocer la claridad de las imágenes de esa utopía, renovadora en extremo, radical en su defensa del descarte de aquello que no tenía “condiciones” en el nuevo presente, en el nuevo Perú; un país que, entre otras cosas, se llenaría de objetos alucinantes, de máquinas nuevas que hasta entonces solo se veían en el Primer Mundo, con estándares nunca vistos en estas tierras. Y hablaban de mentalidad, de cambio de chip, les metían a los chibolos la idea de pensar poco en el Perú ruinoso que los vio nacer y pensar mucho en todo lo que estaba por venir, lo que llegaría en containers mágicos que se descolgarían lentamente en el puerto del Callao alguna tarde de sol.
Qué tiempos. Hoy, en cambio, la derecha es otra cosa. Es chapucera y parchadora, cachivachera, y ya perdió ese interés en la parafernalia de la modernidad, en las máquinas alucinantes capaces de acercar al ciudadano raso al futuro por venir (así no tenga nada). Con qué orgullo decían: ¿imaginaste ver algo así en este país horroroso? Por voluntad o supervivencia, los neoliberales de antes sabían que mostrar buenos juguetes, juguetes de última, nos subía la moral.
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EDICIÓN 742, NÚMERO 16
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